Djibo, Burkina Faso – La ciudad norteña de Djibo, un enclave asediado durante tres largos años por la implacable amenaza yihadista, se ha convertido en el epicentro de una nueva y devastadora ola de violencia. Ataques simultáneos perpetrados por cientos de militantes vinculados a Al Qaeda y el Estado Islámico han dejado un saldo trágico de decenas de soldados y civiles muertos, exponiendo la creciente fragilidad de la seguridad en Burkina Faso y desafiando la narrativa de control de la junta militar en el poder.
Este último golpe, ocurrido el domingo, subraya la persistente y cada vez más audaz capacidad operativa de los grupos armados que azotan el Sahel occidental. Fuentes locales y de seguridad describen un panorama de terror cuando cientos de yihadistas, movilizándose en motocicletas y vehículos, convergieron sobre Djibo. Su objetivo no se limitó a un único punto, sino que incluyó ataques coordinados contra un destacamento militar y puestos policiales, además de incursiones en diversas áreas urbanas, sembrando el caos y la muerte entre la población.
La ubicación estratégica de Djibo, cercana a la volátil triple frontera entre Níger, Burkina Faso y Malí –un semillero de actividad yihadista–, la convierte en un premio estratégico y un objetivo recurrente para estos grupos. La audacia de los asaltantes, quienes según fuentes de seguridad “llegaron por cientos, rodeando prácticamente la ciudad”, revela una planificación sofisticada y una superioridad numérica abrumadora frente a las fuerzas locales.
El Horror en las Calles: Ejecuciones Selectivas y un Silencio Elocuente
El testimonio de los residentes de Djibo, contactados telefónicamente en medio del caos y la consternación, pinta un cuadro sombrío de ejecuciones sumarias. En un distrito de la ciudad, “se ejecutó a varias personas frente a sus casas”, con hombres adultos como blanco principal, mientras que, según los relatos, “las mujeres y los niños se salvaron”. Esta selectividad en las víctimas podría sugerir tácticas de intimidación específicas o represalias contra presuntos colaboradores de las fuerzas de seguridad.
El eco de los disparos que se prolongaron durante horas, incluso hasta la tarde del domingo, evidencia la duración y la intensidad del asalto, planteando serias interrogantes sobre la capacidad de respuesta y la preparación de las fuerzas de seguridad burkinesas. La incredulidad de un residente (“No entendemos cómo un ataque de esta magnitud pudo llevarse a cabo durante varias horas”) refleja una profunda sensación de vulnerabilidad y abandono.
La reivindicación del ataque por parte del Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (JNIM), una organización yihadista alineada con Al Qaeda y activa en la región del Sahel, no hace más que confirmar la creciente influencia y la impunidad con la que operan estos grupos en Burkina Faso. La información proporcionada por Wamaps, un colectivo de periodistas de África occidental especializado en seguridad en el Sahel, que detalla la permanencia de los yihadistas en la ciudad durante siete horas antes de retirarse sin confrontación con las fuerzas especiales, es particularmente alarmante.
Djibo en Luto: Una Ciudad Atrapada y un País en Espiral
La atmósfera de “luto” que envuelve a Djibo tras la masacre es palpable en las palabras de sus habitantes. La sensación de estar atrapados (“Estamos condenados a quedarnos”) ante la imposibilidad de salir de la ciudad sin escolta subraya la precariedad de la situación humanitaria y la dependencia de los irregulares convoyes militares para el suministro básico.
Este trágico evento en Djibo no es un incidente aislado. Fuentes de seguridad informan de ataques simultáneos en otras zonas del centro y norte de Burkina Faso, aunque sin proporcionar cifras de víctimas. Esta dispersión de la violencia evidencia una estrategia coordinada de los grupos yihadistas para desestabilizar múltiples frentes y sobrecargar las capacidades de respuesta del ejército.
La junta militar liderada por el capitán Ibrahim Traoré, quien tomó el poder en septiembre de 2022, mantiene un silencio estratégico sobre la magnitud de los ataques y suele proclamar la recuperación de territorios. Sin embargo, la realidad sobre el terreno, marcada por la escalada de violencia que ha causado más de 26,000 muertes desde 2015 (la mitad de ellas en los últimos tres años, según la ONG Acled), contradice esta narrativa oficial.
Acusaciones de Abusos y un Cambio de Alianzas Peligroso
En un contexto ya de por sí sombrío, las acusaciones de Human Rights Watch contra las fuerzas de seguridad por su presunta participación en una masacre de al menos 130 civiles de etnia fulani en marzo añaden una capa de complejidad y preocupación por el respeto de los derechos humanos en el marco del conflicto.
El reciente acercamiento de la junta militar a Rusia, tras abandonar sus vínculos tradicionales con Francia, su antiguo socio colonial, plantea interrogantes sobre las implicaciones geopolíticas y la estrategia de seguridad a largo plazo de Burkina Faso. La presencia del capitán Traoré en el desfile militar en Moscú junto a Vladimir Putin justo antes de la masacre en Djibo podría interpretarse de diversas maneras, pero sin duda subraya un cambio significativo en las alianzas internacionales del país.
La masacre en Djibo no solo representa una pérdida humana irreparable, sino que también expone la creciente audacia de los grupos yihadistas, la fragilidad de la seguridad en Burkina Faso y los desafíos que enfrenta la junta militar para contener la violencia. Este trágico evento exige una respuesta contundente y una estrategia integral que aborde las causas profundas del conflicto y proteja a una población civil atrapada en el fuego cruzado de una guerra que parece no tener fin. La comunidad internacional observa con creciente preocupación el destino de Burkina Faso, un país al borde del abismo.